[ bicitácora en eterno borrador ]

[ bicitácora en eterno borrador ]

primero desde las montañas de Colombia, del Perú y del Ecuador. después desde la Amazonía toda hasta el extremo oriental brasilero. París. Sarajevo. Y ahora, Delhi..

nota: Las entradas no están en orden cronológico, pero cada una tiene fecha: 'd' corresponde al día de viaje, siendo el primero -el día del viaje- el 'd 0'.

martes, 24 de febrero de 2009

i_ el viaje al otro : diarios de bicicleta


_el viaje al otro

Después de divagar en mi alegre y cómoda vida bogotana, decidí dejarlo todo, interrumpir la inercia y salir. Hace más de un año que estoy haciendo un viaje de doble vía: por un lado la búsqueda de El Otro, del mundo, de los demás; por el otro el recorrido ha sido hacia adentro, a las entrañas, hacia el otro yo. "El viaje ha sido para conocerme, desconocerme, reconocerme, recorrerme a mí mismo y asombrarme cada tanto, más que para conocer el mundo en sí, que de alguna manera, ya conozco." El paisaje, la geografía, ha sido lo que ha tendido los puentes. Mi bicicleta, la misma que tengo desde los trece años, ha sido no sólo el vehículo, sino la casa a cuestas -como el caparazón de una tortuga-, la modelo, el fetiche, el tema; ahora se llama Amarilla y se hace apodar Musa Paradisiaca. Un año de hamaca y bicicleta en el que decidí hacer las cosas que siempre había deseado pero que el cotidiano citadino no contemplaba en su agenda: la fotografía, la escritura y la cocina. Más que pedalear el continente, he pedaleado la cabeza; el viaje no va hacía un lugar específico, busca encontrar el ritmo interior.

En el viaje he estado acompañado siempre por un amigo con el que comparto una visión de mundo y un momento de la vida. En un año hemos recorrido parte de Colombia, del Ecuador y del Perú, y hemos pasado varios meses en la Amazonía. En el camino hemos compartido no sólo las casas de la gente, sino sus cocinas y comedores, hemos invadido sus vidas con cariño y hemos aprendido mucho, y entregado todo. Ahora continuamos río abajo a la costa de Brasil buscando los carnavales en algún pueblo perdido. Lo demás queda en las sorpresivas y siempre generosas manos del destino.

Aunque no puedo decirlo con certeza, siempre he creído que el haber nacido en el agua me creó una relación visceral con ella. El agua ha sido la que ha estructurado este viaje (y casi todos los que he hecho en la vida). El viaje en bicicleta empezó simbólicamente en el Volcán Cayambe, a 4500 m.s.n.m. y sobre la línea del Ecuador. De ahí descendimos siguiendo los páramos, quebradas y ríos hasta la costa Pacífica. La recorrimos hacia el sur haciendo todos los ochos y espirales que el recorrido nos demandara; como no tenemos una meta derivamos según los buenos vientos. Del desierto peruano ascendimos a las lagunas de los páramos de Huancabamba, donde nacen ríos que nutren la Amazonía. Los acompañamos cuesta abajo hasta la selva, hasta el "Río Grande". Cuando se terminaron las carreteras, embarcamos las bicicletas. En la Amazonía, la magía de la manigua nos ha tenido varios meses atrapados. Esperamos continuar el fluir natural de las aguas del Amazonas hasta el otro océano.

He de confesar que afortunadamente el absurdo es el que ha regido la lógica del viaje. Entonces, la aparente contradicción de un viaje en bicicleta por agua, en la práctica, no lo ha sido. O mejor, sí lo ha sido, pero tal como sucede dentro de mí. Y así como el agua ha sido la que ha estructurado el viaje, la cámara se ha convertido en la catalizadora imprescindible de la experiencia.

* * *

_de los "Diarios de Bicicleta"

"Volando, voy dibujando la superficie del mundo con dos ruedas.
Avanzo sin tocar el piso.
Mientras no me crezcan más las alas, es lo más parecido que estaré de volar. "

"Tal como Fernando Gonzáles en su "Viaje a Pie", la idea de ritmo se convirtió en un tema clave del viaje. Al viajar en bicicleta cambia la actitud: aunque no seamos deportistas, es imprescindible estar saludable y es necesario mantener bien la bicicleta. Eso hace que este viaje sea diferente a cualquier otro: hay un contacto consciente con el cuerpo, con la bicicleta, con el lugar, con los demás. Cambia la manera de percibir el mundo, y cambia también la manera de relacionarse: la gente saluda, invita, ofrece, pregunta, agradece. Este ritmo permite Ver. Con el tiempo ha sido evidente que así como es necesario encontrar el propio ritmo para pedalear, hay que encontrar el ritmo para vivir. Siento que estoy encontrando el mío."

"La bicicleta es sólo un medio, no un fin: a veces es deporte extremo, otras aventura, espectáculo, moda, e incluso marketing. Lo mió nada tiene que ver con eso; es simplemente el medio para recorrer el mundo a mi propio ritmo. Y claro, hace parte de una visión de mundo, de una propuesta. Además, es lo que hay, es lo que tengo."

"Días y días para estar solo. Días para pedalear. Estar solo para enfrentar mis demonios, dejarlos hablar, gritar, y pedalearlos... hacerme su amigo. Convencerlos. Estar solo para curarme. Estar solo para estar solo. Estar solo para estar conmigo mismo. Soledad para crecer, para creer. Soledad para soñar."

ii_ del viaje en barco por el amazonas


ver http://www.flickr.com/photos/cavernicolas/sets/72157608336960564/

Además de la familia de gringos cristianos, fui de los primeros en llegar al barco y coger puesto en la cubierta superior del tercer piso. Tuve mucho tiempo para contemplar como poco a poco iban cargando el barco. Impresionado vi como una y otra vez los encargados llevaban la mercancía de los camiones a las bodegas: costales de harina, de sal, y de arroz, y litros y más litros de gaseosas multicolores. En eso consiste el movimiento de productos industriales hacía las comunidades indígenas. De ellas vuelven los barcos a media carga con pescado y madera. En una danza repetitiva los hombres-mula subían la colina de tierra hasta los camiones donde eran cargados con cantidades asombrosas que llevaban en fila hasta las entrañas del barco. El sol abrasador parecía no quebrantar la voluntad de estos hombres de llevar toda la carga a bordo, mientras que a mí a duras penas me permitía soportar la existencia. No descansaban ni parecían estar cansados. O quizá, no podían darse el lujo de estarlo.

De igual manera que la bodega de carga se iba llenando, los pisos superiores de pasajeros se fueron atiborrando. Se montaban con todo lo imaginable, todo lo que pensaban necesitar llevar del continente a la selva. Los vendedores ambulantes ofrecían lo demás, lo que había sido olvidado pero que resultaba indispensable para soportar el recorrido: periódico, agua, gaseosa, espejos, cuchillos, drogas alucinógenas, toperwares, papel higiénico, tamales, gelatina, gaseosas, frutas...

Era extraordinario ver cómo cuando aparentemente no cabía nadie más, seguían entrando pasajeros que se acomodaban de cualquier manera. Poco a poco fuimos obligados a acercar nuestras hamacas cada vez más a los vecinos hasta chocar con ellos. Entonces unas hamacas tuvieron que subir y las otras bajar, formando diferentes niveles de acomodación. Y así, resulté durmiendo debajo de uno de los jóvenes gringos de la secta de cristianos. A mi lado estaba su hermana, que como él, no dejaba de leer la Biblia salvo para evangelizar a los demás tripulantes. Cuando llegamos al extremo del hacinamiento y dejamos de ser pasajeros para convertirnos en sardinas enlatadas, la joven cristiana dio un gritó y en su asombro sólo atinó a exclamar:
-Daddy, ¡we're squeashed!
Pero ni ella, ni su papá, ni Dios pudieron hacer algo al respecto.

Para soportar la saturación de pasajeros y la ausencia de intimidad me vi obligado a contemplar el horizonte mientras recordaba a Klaus Kinski encarnando a Fitzcarraldo cuando recorría los ríos amazónicos espantando maldiciones con un fonógrafo que reproducía a todo volumen la voz de Enrico Caruso. Y entrado en esa ensoñación, me abstraje de la situación y logré vivirla como un alucinado espectador que no dejaba de sorprenderse. Fueron días deliciosos serpenteando por el río, deslizando a paso lento, con ritmo de bicicleta. El tiempo que necesitaba de quietud, lectura, hamaca, descanso, reflexión y contemplación.

Por la ventana de la cocina entraba una luz suave y agradable mientras los cocineros sudaban para tener el multitudinario almuerzo a tiempo. Era una escena de Almodóvar: los cocineros unas locas sin pena; el chef era la reina de todas, y tras confesarme que no le gustaban los hombres en la cocina, consultó su reloj de pulsera, se paró azarado y le gritó a los cocineros:
-¡Muchachas!, apúrense con el almuerzo que estamos tarde.
Las muchachas eran sus tres ayudantes: tres jovencitos de cejas depiladas, cara arregladita, mano quebrada, y sonrisa femenina que cocinaban para más de doscientas personas durante el viaje. Para cada comida preparaban dieciocho kilos de arroz divididos en dos enormes ollas, y lo adornaban con un poco de carne con papa y cebolla para que no resultara tan triste. En el viaje desarrollé una interesante relación con los cocineros a partir de su inicial atracción por mí, de mi interés por la cocina de gran escala, y sobretodo, de mi necesidad de retratarlos.

(Nota: todas las fotos fueron tomadas en barcos entre Yurimaguas (Perú) y Leticia (Colombia) entre agosto y octubre de 2008)

iii_ algunas miradas inventan



Entonces abrió los ojos y contempló perplejo lo que hacía la luz: revelaba maravillas. Por vez primera pudo ver y con cada percepción inventar un mundo nuevo. Una a una, fue guardando en sus alforjas las imágenes de ese paraíso imaginado.

iv_ mirar al otro mirar


Más que un viaje para conocer lugares, ha sido un viaje para comprender la vida. Y con paciencia y disposición descubrí que la manera de conseguirlo era penetrando en otras vidas. Dedicar un tiempo a observar sus miradas hasta entender que el significado de la existencia es un imposible: no hay uno, son todos. Cada ser lo crea y lo recrea ineludiblemente, la mayoría de las veces de una manera inconsciente. El límite hasta donde puede llegar este significado depende de la voluntad y de la imaginación. Estos retratos son una muestra de algunas miradas que pude poseer. Miradas de gente que sin saberlo me enseñaron a poner los pies en la tierra y la visión en el cielo.

rio amazonas. notas sobre el viaje en el barco




Tengo una sensacion extranha. El tipo de sensacion que se tiene despues de realizar “un suenho”. Yo siempre habia querido recorrer todo el rio amazonas, como parte de mi adiccion al agua, a los recorridos por agua. Habia imaginado muchos itinerarios, muchos lugares. Finalmente lo hice y claro, siemrpe esdiferente a como uno penso. Miro atras y recuerdo mi fantasia al mirar el recorrido del rio por un mapa. Ahora ya lo recorri y me produce una senscaion extranha, de una perdida, algo que se fue. Claro, con el suenho que se fue, se gano todo lo demas. Todo.

* * *

Estoy en mi hamaca. Aparece alguien que pone su hamaca casi encima mio. No hay muchas mas opciones para el. Lo odio. Lo aborrezco. Este es mi espacio. Pero no puedo decir nada. Minutos despues, lo acepto, lo miro, le saludo y le sonrio. Va a ser mi vecino tres, dias, tenemos que ser amigos.

* * *

En el barco tienen una pequenha piscina en la cubierta. Hay agua lechosa del rio y pastos flotando. De pronto una nariz. Es un manati que sale a respirar. En la cubierta del barco tienen un manati dentro de una pequenha piscina. El pobre vive ahi, en un barco que flota sobre su casa, el rio amazonas. El manati mide 1.70. La piscina tiene 2 x 2 y una altura de unos 60 cms.

* * *

Lo que resulta atractivo en el barco es que se reuna tanta gente, tan apinhada, a la fuerza, tanto tiempo. Hemos llegado a ser 500 personas viajando ochenta horas. La vida intima se vuelve compartida y el espacio se reduce al cuerpo en una hamaca. Ademas de la hamaca hay muy poco espacio: el comedor (por turnos), los banhos (sucios, humedos y calientes) y la cubierta (con musica desagradable en un volumen mas desagradable aun), y los corredores.

Asi que todo se realiza en la hamaca (en publico). Entre otras cosas prescencie: leer dormir, peinarse, maquilarse, afeitarse, llorar, reir, vestirse, desvestirse, abrazarse, conversar, amarse, pelear, comer, empacar, escribir, meditar, jugar ajedrez, estirarse, hacer ejercicio, trabajar en computador, cantar, hacer amigos, estudiar, reflexionar, jugar escondidas, jugar con los amiguitos de barco, con los hermanos, con los papas, con los hijos, contemplar la vida, la vista, los delfines, y sobretodo, mirar a los otros mirar.

* * *

Estoy haciendo fila para almorzar. Eterna fila. Somos mas de 500 y entran maximo 28 al comedor. Pero no hay afan. Es agradable. Hay buena vista. Veo la selva. Los delfines.

* * *

En el barco he visto las auras de la luna mas grandes de la vida. No podria decir el tamanho porque mis capacidades no me dan para calcularlo, yo tanpequenho, la luna tan lejana y tan grande, el cielo inconmensurable. Pero son unas auras absolutamente gigantes. Hermosas.

brasil. viaje cuatrilingüe

(proximamente: foto de los 4 pegando carrona)

Este último tiempo estamos viajando en menage a trois: un francés, una china de L.A. y yo. Pablo habla francés, español y chapotea el inglés y el portugués. Wendy habla inglés, chino y chapotea el español y el portugués. Y yo hablo español e inglés y chapoteo el francés y el portugués. Vamos hablando todo el tiempo en cuatro lenguas, pasando con naturalidad de una a otra. Saltamos de uno a otro sin respecto ni consideración alguna. Cuando hay un cuarto, generalmente no entiende nada. De nuevo el absurdo gobernando el viaje. Y yo, aprendiendo. Me gusta, me gusta.

* * *

Esta ultima semana estamos casi todo eltiempo con Mina, una noruega que habla aleman e ingles, con dos alemanas que hablan ingles y de las cuales una habla portugues, con dos franceses y un parche de protugueses.... el salpicon.

* * *

y ahora, viajando con otros franceses me doy cuenta como Pablo es de poco franc'es... supongo que como yo de colombiano...

lunes, 23 de febrero de 2009

viajando con una cámara, una bicicleta, una hamaca, una libreta de notas y un francés


El hombre es la medida de todas las cosas. En este caso, el hombre soy yo. Con mi bicicleta, mi hamaca, mi cámara y mi libreta de notas voy interpretando el mundo; un camino de doble vía hacia fuera y hacia adentro.

Ah, y con la companhía de un francés.

* * *

Viajando de nuevo en bici y en barco se hace evidente como la idea más importante del viaje es la de Ritmo. Como en la vida.

yo cazador


viernes 2 de enero, 2009 *
d 374
_el calderón, leticia, amazonas, colombia

Nunca he disparado un arma, estrictamente hablando. Siempre he pensado que con mi cámara estoy armado. No he tenido el interés de apretar un gatillo y hacer volar una bala hacia un objetivo. Cuando era pequeño mi mamá no me dejó tener juguetes violentos. En la adolescencia pedí una pistola de balines como las de mis amigos. Fue en vano y la verdad es que no me hizo falta. Sólo me había dejado llevar un poco por ese deseo de ser como ellos.

En los años en que he vivido nunca tuve oportunidad de disparar un arma. Y nunca la busqué. Es más, la esquivé. Pero hoy era mi oportunidad. En el pasado algunas veces ya había acompañado a Rigoberto, un cazador huitoto, por la selva. Fue en el Putumayo. Eran más jornadas de pesca nocturna en canoa en las que él llevaba una escopeta por si acaso. Pero nunca se dio la ocasión de dispararla. Yo iba como un observador pasivo.

Esta temporada en la selva he compartido mucho con cazadores. Tal vez habría podido pedirles que me llevaran, pero, a diferencia de los otros forasteros que vienen por acá no me llamaba la atención. Pensaba en esas largas jornadas en la mitad del monte, a la interperie, rodeado de mosquitos y muerto de sueño. Además, sabía que no les gusta llevar gente de fuera a sus jornadas; somos un estorbo. Tampoco me llamaba la atención el matar un animal. Había visto la matanza de una vaca en la Paya y había quedado muy impresionado por la cantidad de carne y sangre y por la semejanza con el cuerpo humano. La pesca me gustaba pero se me dificultaba sacarle el anzuelo de la boca al pez coleando y tratando de escapar. Sin embargo, ya viviendo en la selva un tiempo me había acostumbrado al hecho de depender de la carne de monte para sobrevivir. Se practica de manera natural y equilibrada. Es para el consumo propio. Y es de la mejor carne, pues son animales que corren libres por el monte y comen pepas. Sin embargo, la caza la veía más como un plan para jóvenes urbanos ávidos de aventuras extremas, de adrenalina, de machos con pistolas e historias para pavonear: niños grandes jugando aún a los policías y ladrones. Jóvenes de los que veo paseándose a mi alrededor mientras escribo y edito mis fotos. Mi búsqueda estaba muy lejana de eso; más íntima, y en un ritmo más lento.

Acá en el monte la caza no sólo se volvió algo cotidiano, sino algo primordial. Y, sin darme cuenta, los hechos se precipitaron. Hace dos noches, el 31 de diciembre, faltando cinco minutos para las doce, despertamos a Ferney para celebrar. Yo ya sabía de su costumbre de disparar a media noche. No era la típica fiesta de fin de año, con baile, trago y orquesta hasta la madrugada. No. Era otra cosa: un grupo de amigos, vecinos y familia reunidos en el monasterio Gnóstico en medio de la selva para celebrar. En un impulso que me sorprendió pero no evité le dije que me dejara disparar el tiro a media noche. Me dijo que listo, y faltando un minuto disparó. Después, volvió a disparar. Más tarde entendí que él había entendido que yo también disparaba. Claro, estaba medio dormido…

La noche siguiente, después de una sesión de meditación gnóstica y algunas hassanas de yoga quedé estimulado y acepté la invitación de pesca nocturna que antes había rechazado. La noche era la primera del año, y sin duda la más bella. En la oscuridad total de la selva íbamos remando rio arriba bajo un río de estrellas. La noche me llevó a cazar un gran pez con machete, pero lo dejé escapar. Para nuestra dicha, fue atrapado más tarde por los que iban en la otra canoa. Al día siguiente fue el desayuno de todos.

Dos días después volví a la casa de Ferney. A él le había quedado sonando lo que le dije a fin de año y me invitó a cazar esa noche, aprovechando que tenía dos escopetas.
-Vamos por una boruga. Ya vi el pepero donde están comiendo.
No pude decir que no. La boruga es un roedor muy grande, pero más pequeño que el chigüiro. Es café y tiene pintas claritas a los lados. Su carne es deliciosa. Son como los conejos: paren y paren y paren. Por eso, en la ciudad les dicen borugas a las prostitutas. Así que en esta zona se sale de noche a boruguear y puede ser dos cosas totalmente opuestas si se está en el monte o en el pueblo. Los cazadores pistean durante el día los caminos, las huellas, y sobretodo, los árboles que están soltando pepas y que se ve que están comiendo. Entonces arman la pacera para ir en la noche a cazar.
-Pero no sé disparar- recalqué.
-Ahh- exclamó con cara de duda.
-Llévelo que él sirve para eso –repuso Mercedes, su esposa- es tranquilo y callado, no como el francés, que si lo lleva se pone a bailar salsa en la hamaca.
-Listo, vamos, pero va a estar lejitos de mí- sentenció.
En ese momento me arrepentí un poco porque si ni siquiera iba a estar cerca de la acción, pues no tenía tanta gracia. Ni siquiera iba a poder oler la pólvora tras el primer disparo como hacen los cazadores para perder el miedo.
-Alístese, salimos al atardecer porque la luna no demora.

Preparé mi equipaje sin mucha ilusión. Llevé todo lo imaginable para defenderme de los mosquitos, menos repelente que espanta a los animales. No sabía si llevar un libro para no estar tan aburrido, así que le pregunté:
-¿Qué hace mientras espera? A veces son horas ahí, ¿no? ¿En qué piensa?
-No, usted no puede estar haciendo nada, tiene que visualizar el animal, llamarlo con la mente, conectarse con él.
Nos sirvieron comida antes que a todos los demás. Por la prisa no pude terminarme el chocolate caliente. Estaba recién bañado y ya sudaba del calor.

Salimos caminando en silencio entre la oscuridad. Ensayé una conversación sobre la caza, pero sus respuestas monosilábicas me dieron a entender que no era el momento. Se fumó un peche y me dijo que si quería era el momento pues más tarde, cuando llegáramos a la pacera no se podía. Lo rechacé. Sudando me limité a caminar detrás suyo sin siquiera fijarme en el camino.

De repente se detuvo, alumbró unos palos amarrados en dos árboles y me dijo:
-Montese acá. Yo voy a estar al otro lado del camino.
-No voy a ver nada- Pensé con resignación.
Me detuve un momento a contemplar la que sería mi pacera esa noche: un palo amarrado con bejucos más o menos a metro veinte sobre el piso y otro encima a la misma altura. Arriba debía colgar mi hamaca de los dos árboles. Estaría a unos tres metros sobre el piso. Me instalé, usé el mambe y el ambil, y me quedé quieto y callado en la oscuridad. Para no llamar la atención de los mosquitos me concentré en respirar lo más suave y sutilmente posible. En medio de esta meditación, me conecté con el lugar. Con el oído empecé a ver en la oscuridad. Entendía como los diferentes animales se comunicaban entre sí en el espacio. En un momento sentí un sonido encima de mí y alumbré para verificar que no hubiera una serpiente bajando por uno de los árboles. Nada. Sólo estrellas opacándose por la luna que empezaba a brillar. Seguí concentrado, identificando las diversas conversaciones entre los distintos animales en alturas diferentes de la selva. En un momento tuve una idea absurda que me lleno de pavor: Ferney me alumbró con la linterna y pensé que me iba a matar, lo iba a hacer parecer un accidente. Organicé las ideas buscando razones: será que pensaba que yo le coqueteba a su hijita. No podía ser. Me escondí tras unos árboles. Nada. Borré esos pensamientos y logré conectarme definitivamente con la selva, con el momento, ser conciencia pura con el todo.

De pronto, visualicé la boruga. La sentí acercarse. La oí. Prendí la linterna y alumbré debajo mío. Eran dos. Una pareja. El macho, grandote, llevaba una pepa grande de matamatá en la boca. La hembra era un poco más pequeña. Alcancé a sentir su olor. Se quedaron tranquilas y siguieron buscando pepas en los alrededores. Siguieron su camino.

Quince minutos más tarde oí un sonido. Era la boruga abriendo y masticando una pepa. Alumbré. Estaban las dos no muy lejos de mí, quietas, comiendo. Hice un esfuerzo mental para mandárselas a Ferney. Pero él no disparó. No funcionó.

Otros quince minutos después volví a sentirlas. Las oí. Estaban de nuevo debajo de mí. No sabía qué hacer. Estaba arrepentido de no haber llevado la escopeta. Estaban tan cerca que era imposible fallar. ¿Lanzaba el machete? ¿Le avisaba a Ferney? Pero me quedé callado, mirándolas, fascinado. Sabía que él no sentía nada ni veía nada: mientras que yo alumbré tres veces en las que seguí lentamente a las borugas alrededor mio, él alumbraba cada cierto tiempo en todas las direcciones, buscando.

Sonaron truenos muy fuertes y me gritó:
-Nico, va a llover. Vámonos.
-He visto tres veces una pareja de borugas- contesté.
Rapidamente descendió de su pacera con todo su equipaje y vino. No resistió la información. No le importó que nos mojáramos. Se subió a mi pacera y esperó. Me di cuenta que tenía una respiración fuerte y agitada y pensé que así espantaría a los animales. Después me dijo que a él sí lo habían picado los mosquitos. Yo no había sentido ni uno. Pronto empezó a llover. Descolgué mi hamaca y nos fuimos caminando. El estaba aburrido. Yo en cambio estaba feliz. No sólo había visto seis veces borugas en un rato, sino que había descubierto mi facilidad de conectarme con la selva de noche, había despertado mi vocación de cazador. Igualmente, había desperdiciado mí oportunidad. Decidí que iba a aprender cómo funciona un arma, cómo se apunta, y me aprendí el camino de regreso para poder volver.

Para hacer más agradable el camino de ofrecí un chocolate brasilero.
-No tenemos boruga pero tenemos chocolate- le dije.
Lo aceptó de mala gana, pero lo disfrutó. Llegamos empapados. El estaba aburrido. Yo estaba realizado.

* * *

sábado 3 de enero, 2009 *
d 375

Al día siguiente me desperté con la sensación que tuve en la pacera la noche anterior, aún estaba latente. En algún momento de la mañana surgió el tema de la cacería y Ferney me mostró en dos segundos una escopeta y dijo:
-Es fácil.
Y se fue. Me quedé con ella en las manos, absorto por todas las preguntas complejas que hacían que no fuera nada fácil. La puse en posición de disparar y las preguntas se multiplicaron. ¿Dónde la apoyo? ¿Cómo se mete el cartucho? ¿Cómo se carga? ¿Cómo se apunta? ¿Se dispara y ya? ¿Y, cómo se saca el cartucho? ¿Se lleva cargada caminando? ¿Cómo se agarra? Pero él ya estaba lejos. Así que la dejé en su lugar, entre los paños de hoja de palma del techo y las vigas y me puse a preparar el ají de lulo que doña Mercedes necesitaba para el almuerzo. No podía dejar de pensar en la cacería y en las dudas que tenía al respecto. Entonces llegó Pablo del maizal cargado con un costal de choclo tierno y todos se pusieron en la tarea del envuelto: sacar el capacho para envolverlo, quitarle los pelos, desgranarlo, molerlo, hacer la masa, cocinarlo… Terminé de cocinar el ají y aprovechando la concentración, cogí la escopeta sin municiones y me fui al segundo piso a familiarizarme con ella: cogerla, cargarla, montarla, apuntar, disparar, descargarla, soltar el gatillo sin disparar, volver a cargarla, apuntar a un tronco, a una gallina, seguirla, disparar, seguir un arrendajo, abrirla, cargarla, cerrarla… En esas llegó Alejo, el hijo de once años de Ferney. Empezamos a hablar de caza. A pesar de su corta edad y de no haber cazado nunca por su falta de fuerza para hacerlo, el haber acompañado incontables veces a cazadores que lo habían convertido un experto en la teoría de la caza. Su experiencia la tiene sobretodo de haber acompañado a otro de los hijos de la casa, a Javier, que con diecinueve años ha cazado más de 200 borugas, veinte venados, treinta cerrilos, cinco dantas… El me solucionó todas las dudas y me dio más confianza. Me enseñó a hacerle mantenimiento a la escopeta y quedó funcionando limpiamente.

Entonces estaba listo, pero no estaba seguro de dónde apuntar para disparar. Así que le pregunté esa única cosa a Ferney.
-Coja un cartucho, vaya por el potrero, ponga un blanco y ensaye un disparo.
Alejo me acompañó. Fuimos lejos de la casa y pusimos un tarro sobre un tronco. Me paré a unos quince metros, y me preparé con calma. Alejo quitó unas plantas que estaban en el camino y le reclamé:
-En el monte no voy a poder hacer eso.
-No importa, es para ensayar.
Entonces le disparé. Le di en todo el centro. No se puede comer este tarro, pensé, pero igual, es un principio.

Por la noche los truenos embolataban la salida. Estaba deseoso por ir a cazar, pero cada vez se retrasaba la salida. A las 19:40 tomamos la decisión de salir. Ferney me dio varios cartuchos y le dijo a Alejo que me acompañara. Alistamos el equipaje y salimos al camino. Le di un chocolate a Alejo y empezamos a caminar. Me dijo que la cargara por si acaso, pero le dije que aún no estaba listo. Me sentía muy agitado y no quería caminar así con una escopeta cargada, por el monte. Comparado a la calma del día anterior en que iba de acompañante, estaba muy acelerado, sudando. Usé el mambe y el ámbil,. Conjuré el ámbil intuitivamente, como conocía que lo hacían los cazadores huitoto. Le pedí permiso a la madre tierra, a la dueña de los animales, al monte, al jaguar, rey del bosque y a la boa, reina del río, una boruga. Quería una para compartir con la familia de Fenrey y de Valeria, con quienes estaba tan agradecido. Entonces cargué la escopeta y seguimos caminando. Estábamos hablando sobre cómo acomodar las hamacas, si él encima o debajo, pues como principiante no quería compartir hamaca con él teniendo una escopeta cargada.

De pronto, unos ojos atravesaron el camino delante de nosotros. ¡Una boruga! Cruzó el camino corriendo y se internó en el bosque.
-Mírela, la boruga- dijo Alejo.
Corrimos al borde del camino, mirando hacia donde había entrado.
-¿La perseguimos?- pregunté.
-No, eso ya va lejos- dijo. Pero seguía buscándola con su linterna, así que hice lo mismo. Volví a preguntar:
-¿Vamos a buscarla?
-No, ya va lejos- repitió, pero seguía buscándola.
Entonces la vi.
-Ahí está- le dije. Ladié la linterna frontal, apoyé la escopeta, apunté despacio. Me di cuenta que no la había cargado, así que lo hice y apunté de nuevo. Me dijo:
-Hágale con calma- pero yo ya lo había pensado.
Cuando me sentí listo, disparé. Retumbó muy duro y quedé en shock un segundo. Olí la pólvora del cañón y perseguí a Alejo que ya había entrado en el bosque corriendo. Cuando llegamos al lugar, a unos quince metros nuevamente dijo:
-No le dio, acá estaba.
Entonces vimos que había volado unos dos metros para atrás y estaba boca abajo, muerta de un tiro certero en la cabeza. Alejo revisó si estaba preñada y si había muerto. La cargué para meterla en la maleta y sentí su fuerte olor a animal de monte. La cargué en la espalda y le dije:
-Y ahora, ¿qué hacemos?- pues estaba preparado para pasar un par de horas en la pacera.
-Pues volvemos.
Así que caminamos de regreso. Me dijo que cargara la escopeta por si aparecía otra. Pero yo estaba muy agitado y ya me habían dado lo que había pedido. Estaba feliz.

Cuando llegamos apagamos la linterna para llegar por sorpresa. En ese momento Ferney estaba diciendo:
-Ya deben estar colgando las hamacas, listos para esperar.
Y entonces nos oyeron y preguntaron:
-¿Quién está ahí?
No tuvieron tiempo de decir nada más. Entramos al comedor y les dije:
-Yo le pedí una boruga a la madre naturaleza para compartir con estas dos familias.
-¿Y que pasó?- preguntaron asustados.
-Acá está- dije mientras la descargaba.

Comimos boruga tres días, y la pude compartir no sólo con esas dos familias, sino con amigos del Calderón que antes me habían hospedado. Esos días estuve con el olor de la boruga impregnado. Un olor fuerte que no me permitía estar tranquilo. Dicen que una vez uno caza se imrpegna del olor y no vuelve a ser igual. Huele distinto a los animales en el monte, lo respetan. Además, ya se reconocen por su humor en la distancia. Ahora, desde ese día, soy un cazador.

* * *

No fue más que una confirmación más del aprendizaje del viaje: la mente es poderosa, y su poder, depende totalmente de nosotros, de nuestro dominio sobre ella.
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pueden ver fotos ac• (lentamente desactualizadas)
* del diario

maloca huitoto. vivir para bailar y bailar para vivir


sábado 20 de diciembre, 2008 *
d 361
_ km once, leticia, amazonas, colombia

El baile y la timidez no son buenos amigos. Y los dos han sido amigos míos. No se dejan vivir tranquilos. Y no me dejan vivir tranquilo. Sin embargo, siempre quise bailar. De pequeño casi no lo hice. No podía. En la adolescencia tuve casuales coqueteos con el baile, pero mi metaleridad no dejó que prosperaran. Tal vez alcancé a conocer la delicia del desfogue, lo atisbé, pero no aprendí. Y peor aún, no vencí la timidez. El pavor. (No sé por qué, pero sé que mi hermana sabe de qué estoy hablando. Escribiendo.)

Ya en la universidad las relaciones largas y cariñosas me enseñaron. Me dejé. Y así, dejé salir un relampaguéo de mi infancia salsera en Cali pachanguero. Bailaba salsa en brazos de Adela, una negra sabrosona y amorosa que trabajaba en mi casa y mezarandeaba como a un hijo. Le cogí amor al baile, pero no supere la vergüenza. Pensé que lo había hecho en las noches delirantes que se amanecían sin que mis brincos dementes entre luces y sonidos se mosquearan. Después se acabaron las novias. O las acabé. O me acabaron. Y tocó prostituirse: gozar del baile con todas. O casi todas. Pero la pena no había desaparecido. Incluso en busca de mover el esqueleto con alguna práctica caí en sesiones de danza contemporánea y de tango, pero eran las dos muy lanzadas para mí.

Al volverme pateperro encontré una nueva dificultad: bailar en tierra de otros. Recuerdo dos momentos extremos: las fiestas de la virgen del Carmen en Bojayá, y la fiesta de la tambora en San Martín de Loba. En medio del apogéo de mi pasión por la música negra colombiana tuve dos tandas excepcionales en su tierra: la chirimía y la cumbia. En las dos fiestas tradicionales yo y mi acompañante éramos los únicos forasteros. En Bojayá la chirimía recorría el larguísimo pueblo al lado del Atrato seguida por el bunde popular. Cinco días. Tres veces al día. Pero a mí no me salía. Y además, la cámara me escudaba. La cumbia de la tambora me inhibía en el poblado momposino, esa lucha a tumbes en parejas. La desinhibición total se dio en el Petronio de hace unos años en Cali. El Currulao y el calor del pacífico ya me sacaron el demonio bailador y tropical que hay en mí. Pero eso fue un caso aislado, pues la inmejorable música y el ambiente multitudinario de baile desenfrenado y gozadera condenaban a todos al baile exhuberante. No había salvación.

Por andar husmeando en la comunidad murui uitoto del kilometro once de Leticia -haciendo mambe con Cristobal y Jimmy, ambil con don Chucho y Walter, y coquetéandole al tucupí y al almidón de doña Laura- me invitaron a una fiesta. Empezaba a las siete y terminaba a la media noche. Antes de las siete pase a recoger un ámbil que había quedado reduciéndose toda la tarde, y me fui a hacer una vuelta al pueblo, esperando volver pronto. Pero no llegué sino hasta las once.

Al acercarme oí muchos cantos que salían de la maloca. Para mí sorpresa, la fiesta estaba en el clímax y no parecía que fuera a terminar pronto. Me senté a contemplar a la comunidad bailando y poco a poco entré en un trance. Al no aguantar más, pregunté si podía participar.
-Claro, para eso es.
Me paré y me metí en medio de la serpiente humana que bailaba en espirales, girando, y cantando. Los hombres de un lado, afuera, las mujeres adentro. Estaba tan metido en el cuento que cantaba sus canciones en lengua. Sudaba. Sonreía. Todos lo hacían. Entendí por que el baile es lo que le da sentido a la vida para los uitotos. Organiza el mundo. “Los uitotos bailamos para vivir y vivimos para bailar.” En el baile se da gracias a los dueños de los animales, se cura, se pide, se reúnen las gentes. En el baile se enseña la tradición. En el baile se reúnen todos, los más viejos y sabios y los pequeños. En el baile la comunidad es un solo ser, comunicado con los espiritus de la selva y con los ancestros. (Pendiente notas del libro Murui).

A las dos de la mañana tuve que irme porque madrugaba al otro día a caminar. La gente seguía bailando sin parar. Ni siquiera pude despedirme. Espere un rato a que se sentaran, pero nunca sucedió. Salí sudado, caminando en bajo una suave llovizna. Feliz. Sabía que después de ese día nada sería igual. Había soltado un nudo que me retenía. Ahora andaba ligero, libre. Una vez más recordaba que la música tradicional es otra de las patas de este viaje, de esta mesa.
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pueden ver fotos ac• (lentamente desactualizadas)
* del diario

el calderón. de patos y reiki

sábado 27 de diciembre, 2008 *
d 368
_ leticia, amazonas, colombia

En una jornada maravillosa fui inciado en el mundo del reiki por una maestrade mastras, Valeria. A partir de entonces he estado literalmente cargado de energía, es una sensación permanente, como aguantando un suspiro. Liviano, pero fuerte. Alegre, algo ensimismado. Sensible a las vibraciones. Conectado con mi propio fluir que poco a poco se exterioriza.

Podría hablar largo sobre lo fuerte que ha sido esta apertura y conexión energética, pero tendría que hacerlo con mucha más calma. Así que me límito a contar una sencilla experiencia.

Después de estar trabajando sobre mí mismo por unos días, la vida me puso frente a una situación: un patito tullido. Sin pensarlo mucho me nació cogerlo entre mis manos. Fue hermoso. Al principio se puso nervioso. Temblaba. Poco a poco se fue relajando y cerró los ojos. Después de un rato lo dejé descansando. A los dos días lo vi más decaído y lo cogí para otra entrega de amor. Lo tuve entre mis manos y abrió los ojos. Al final le pregunté a Ferney por su situación. Sin rodeos contestó:
-Lo mejor es ayudarlo a morir.
Lo cogió, lo puso sobre un tronco y le dio con el revés del machete en la cabeza. Abrió un hueco y lo enterró. Sólo me queda pensar que lo ayudé a dar el paso. Así como mi primer cliente resultó ser un pato, también lo fue mi primer paciente.

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leticia. la vida y el mundo son increibles

jueves 8 de enero, 2009 *
d 380
_ leticia, amazonas, colombia

Si o qué… my one and only love…

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* del diario

leticia. la vida y el mundo son increibles

jueves 8 de enero, 2009 *
d 380
_ leticia, amazonas, colombia

Si o qué… my one and only love…

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* del diario

leticia. 72 vueltas al sol con el negro josé.

jueves 8 de enero, 2009 *
d 380
_ leticia, amazonas, colombia

Son las tres de la mañana y después de una sesión de música gitana la fiesta se ha salido de control, los cuerpos no pueden dejar de bailar. Suena el Condomblé para el Negro José y naturalmente se hace un círculo alrededor de ella, de Valeria. Su voz es la que canta. Voz inglesa permeada –contaminada- por décadas recorriendo Colombia.
“en un pueblo olvidado no se porqué…. amigo negro josé…” Todos cantamos alrededor suyo, encendidos de alegría: ella es la razón. Celebramos que ha dado setenta y dos veces la vuelta al sol. Una fiesta inolvidable para todos. Una noche maravillosa para mí.
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pareja perfecta

foto: wendy wu

viernes 9 de enero, 2009 *
d 381
_leticia, amazonas, colombia

Las apariencias engañan. Disuaden. Convencen. Confunden. Atraen. Eso es lo bueno de ellas, para mí. Otros dirán que eso es lo malo. Le ponen picante a la vida. Demuestran una y otra vez lo equivocados que andamos: detrás de una cara hay mil posibilidades. Me comprueban una vez más como los prejuicios predeterminan la distancia con el otro, cierran puertas, o abres puertas.

Cambiando de tema de alguna manera. Me preguntaron una vez más si Pablo y yo éramos novios. Así de pareja perfecta hacemos.
-No -contesté- es muy feo.
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el calderón. la suerte (muerte) de macpato



martes 6 de enero, 2009 *
d 378
_el calderón, leticia, amazonas, colombia

Macpato se salvó el 31. Lo llevamos hasta la finca para la cena, pero Ferney decidió que viviera y que mejor a la olla fuera el viejo del corral. Sin embargo, en la selva, lejos del gran río y aprovechando su nueva condición de macho alfa, empezó a perseguir a las patas. Su falta de práctica le impidió alcanzar a ninguna. Motivado por sus traumas de adolescencia en el barco donde fue violado por el pato de la vecina y, ante la imposibilidad de coger hembra adulta, se fue contra los paticos. Dia y noche los perseguía con cara de viejo verde. Así que tocó sacrificarlo y nos lo comimos el 6.

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el duro de la carcel

6 de diciembre, 2009 *
d 347
_cárcel de leticia, amazonas, colombia

Sentado en el piso de la cárcel, negarle un porro al cura, el duro del patio uno. Dicen que no le gustó mi gesto, pero qué hago, fui sincero, en ese momento no quería, necesitaba estar lúcido.
el calderón. macpato

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lunes, 16 de febrero de 2009

rio amazonas

lunes, segunda feira, Febrero 16, 2009 *
d420 / k 3600
_belem do pará, Brasil

Escribo desde la boca del amazonas en el atlántico.

Terminé de recorrer el gran rio, todo.

Este país me gusta cada vez más.

El portugues fluye en mis venas.

Ahora bajaré la costa poco a poco, por ahora buscando unos tales carnavales en algun pueblo perdido.

Volveré pronto con muchas historias y fotos, cuando el tiempo lo permita.

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pueden ver fotos acá (lentamente desactualizadas)
o unas muy pocas en el blog de paul
* del diario

sábado, 7 de febrero de 2009

brasil. la la la la la la la la

sábado 7 de febrero, 2009
d 410 / k 3501
manaus, brasil

Pasé setentaydos horas en un barco viajando de Leticia a Manaus, atravesando la selva por el río grande. Leí la Voragine. Práctiqué o meu portugues. Me maravillé con la unión del rio caféconlechey  el rio negro petroleo. Manaus me recibió con una tormenta tropical, la gran ciudad....
Mentiría si digo que no estoy ansioso, pero mi cabeza se calma tararreando la canción:
Brasil, la la la la la la la la
la la la la la la la la
la la la la la la la la
Brasil, Brasil, Brasil...

(tengo mucvho por contar -colgar- acá, pero por ahora tengo que buscar donde dormir.
Até logo)

amarilla [musa paradisiaca]

amarilla    [musa paradisiaca]
"violadora de parajes recónditos, mi [bicicleta] llega adonde no llega el carro o el peatón" (f. vallejo) /

recorrido a través de suramérica [oEste-este]

recorrido a través de suramérica [oEste-este]
actualizado el 29 de marzo '09 en areia branca do rio grande do sul, brasil. recorrido en bici en azul / caminando en negro / en automovil o bus (gasolina) en rojo (el avión por ahora no lo pongo...) en barco por el amazonas azul punteado / paradas a dormir en cuadro negro con punto amarillo (solo sobre el amazonas y brasil. / del ecuador y perú, se pueden ver en entrada antigua (en proceso... como todo)