[ bicitácora en eterno borrador ]
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nota: Las entradas no están en orden cronológico, pero cada una tiene fecha: 'd' corresponde al día de viaje, siendo el primero -el día del viaje- el 'd 0'.
lunes, 23 de febrero de 2009
maloca huitoto. vivir para bailar y bailar para vivir
sábado 20 de diciembre, 2008 *
d 361
_ km once, leticia, amazonas, colombia
El baile y la timidez no son buenos amigos. Y los dos han sido amigos míos. No se dejan vivir tranquilos. Y no me dejan vivir tranquilo. Sin embargo, siempre quise bailar. De pequeño casi no lo hice. No podía. En la adolescencia tuve casuales coqueteos con el baile, pero mi metaleridad no dejó que prosperaran. Tal vez alcancé a conocer la delicia del desfogue, lo atisbé, pero no aprendí. Y peor aún, no vencí la timidez. El pavor. (No sé por qué, pero sé que mi hermana sabe de qué estoy hablando. Escribiendo.)
Ya en la universidad las relaciones largas y cariñosas me enseñaron. Me dejé. Y así, dejé salir un relampaguéo de mi infancia salsera en Cali pachanguero. Bailaba salsa en brazos de Adela, una negra sabrosona y amorosa que trabajaba en mi casa y mezarandeaba como a un hijo. Le cogí amor al baile, pero no supere la vergüenza. Pensé que lo había hecho en las noches delirantes que se amanecían sin que mis brincos dementes entre luces y sonidos se mosquearan. Después se acabaron las novias. O las acabé. O me acabaron. Y tocó prostituirse: gozar del baile con todas. O casi todas. Pero la pena no había desaparecido. Incluso en busca de mover el esqueleto con alguna práctica caí en sesiones de danza contemporánea y de tango, pero eran las dos muy lanzadas para mí.
Al volverme pateperro encontré una nueva dificultad: bailar en tierra de otros. Recuerdo dos momentos extremos: las fiestas de la virgen del Carmen en Bojayá, y la fiesta de la tambora en San Martín de Loba. En medio del apogéo de mi pasión por la música negra colombiana tuve dos tandas excepcionales en su tierra: la chirimía y la cumbia. En las dos fiestas tradicionales yo y mi acompañante éramos los únicos forasteros. En Bojayá la chirimía recorría el larguísimo pueblo al lado del Atrato seguida por el bunde popular. Cinco días. Tres veces al día. Pero a mí no me salía. Y además, la cámara me escudaba. La cumbia de la tambora me inhibía en el poblado momposino, esa lucha a tumbes en parejas. La desinhibición total se dio en el Petronio de hace unos años en Cali. El Currulao y el calor del pacífico ya me sacaron el demonio bailador y tropical que hay en mí. Pero eso fue un caso aislado, pues la inmejorable música y el ambiente multitudinario de baile desenfrenado y gozadera condenaban a todos al baile exhuberante. No había salvación.
Por andar husmeando en la comunidad murui uitoto del kilometro once de Leticia -haciendo mambe con Cristobal y Jimmy, ambil con don Chucho y Walter, y coquetéandole al tucupí y al almidón de doña Laura- me invitaron a una fiesta. Empezaba a las siete y terminaba a la media noche. Antes de las siete pase a recoger un ámbil que había quedado reduciéndose toda la tarde, y me fui a hacer una vuelta al pueblo, esperando volver pronto. Pero no llegué sino hasta las once.
Al acercarme oí muchos cantos que salían de la maloca. Para mí sorpresa, la fiesta estaba en el clímax y no parecía que fuera a terminar pronto. Me senté a contemplar a la comunidad bailando y poco a poco entré en un trance. Al no aguantar más, pregunté si podía participar.
-Claro, para eso es.
Me paré y me metí en medio de la serpiente humana que bailaba en espirales, girando, y cantando. Los hombres de un lado, afuera, las mujeres adentro. Estaba tan metido en el cuento que cantaba sus canciones en lengua. Sudaba. Sonreía. Todos lo hacían. Entendí por que el baile es lo que le da sentido a la vida para los uitotos. Organiza el mundo. “Los uitotos bailamos para vivir y vivimos para bailar.” En el baile se da gracias a los dueños de los animales, se cura, se pide, se reúnen las gentes. En el baile se enseña la tradición. En el baile se reúnen todos, los más viejos y sabios y los pequeños. En el baile la comunidad es un solo ser, comunicado con los espiritus de la selva y con los ancestros. (Pendiente notas del libro Murui).
A las dos de la mañana tuve que irme porque madrugaba al otro día a caminar. La gente seguía bailando sin parar. Ni siquiera pude despedirme. Espere un rato a que se sentaran, pero nunca sucedió. Salí sudado, caminando en bajo una suave llovizna. Feliz. Sabía que después de ese día nada sería igual. Había soltado un nudo que me retenía. Ahora andaba ligero, libre. Una vez más recordaba que la música tradicional es otra de las patas de este viaje, de esta mesa.
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pueden ver fotos ac• (lentamente desactualizadas)
* del diario
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