[ bicitácora en eterno borrador ]
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nota: Las entradas no están en orden cronológico, pero cada una tiene fecha: 'd' corresponde al día de viaje, siendo el primero -el día del viaje- el 'd 0'.
sábado, 29 de noviembre de 2008
iquitos. pequeña ventana abierta a la selva y a la historia
f. belem, moto-bus,
martes 2 de septiembre, 2008 *
d 250 / k 3153
_iquitos, loreto, perú
Hace tres meses que salí de Iquitos y hasta ahora, inexplicablemente, no había escrito sobre esa ciudad multifacética y sobre los eventos que acontecieron desde que la dejé: el barco con todas sus historias, la llegada a Leticia y la inmediata e intensiva salida a la selva con mi madre visitante, el fallo de la cámara, la búsqueda de casa y la cantidad de gente y lugares que aparecieron en ese intento hasta terminar viviendo en un barco; sucedieron muy rápido y no alcancé a digerirlos. Quizá me hizo falta pedalearlos. Ahora, al recordar los días que pasé allí, tengo un bombardeo de recuerdos tan diversos como la ciudad misma.
Iquitos es una ciudad marcada por los altibajos de su historia. En las capas que fácilmente se distinguen entre el hervidero de motos y mototaxis están grabadas sus memorias. A primera vista se distinguen tres escenarios distintos: los restos decadentes de una época gloriosa ya concluida; un reducido pero dinámico turismo extranjero que da visos de ciudad cosmopolita; y una creciente población al margen de la formalidad.
El pasado de Iquitos está marcado por el breve y abundante apogeo del negocio del caucho. Mientras en la selva las poblaciones indígenas eran diezmadas por la brutal, sistemática e invisible explotación de los caucheros, en la ciudad se vivía un esplendor económico exuberante. El exceso fue la regla tanto en la selva como en la urbe asegurando un destino fatal. La riqueza encegueció a los voraces empresarios. La impenetrable y desconocida selva imposibilitó cualquier tipo de control institucional. La naturaleza, manifiesta en un hongo, impidió la creación de cultivos eficientes. El negocio nunca pudo organizarse y en poco tiempo fue insostenible frente a los recientes cultivos en tierras orientales. De igual manera el exceso de riqueza marcó a la ciudad para siempre.
En el Palacio de Hierro (nombre que para mí es un triste eufemismo) esconde, y revela, mucha información en su recargada estructura metálica. En las guías turísticas y arquitectónicas de la ciudad está resaltada como hito: aparentemente no sólo fue diseñada en los talleres de Gustave Eiffel; la historia cuenta que las piezas se fabricaron en sus talleres de París. Lo que sí se sabe es que fueron traídas desde Francia hasta el corazón de la selva en pleno siglo diecinueve. Intrigado me dirigí la primera noche a la plaza principal a buscar el edificio. Me paré en frente suyo en mi cara se reveló una sarcástica sonrisa. El edificio no solo carece de valor arquitectónico, a pesar de la innovación técnica y la extravagante logística, sino que hoy en día sobrevive sin dignidad. Seguramente por la incoherencia del material con el clima, su estructura metálica original está revestida con una burda capa de pintura plateada y metalizada. El interior está fraccionado y ocupado por una variedad de locales con iluminaciones ordinarias: una comida rápida de neones rojos, una droguería de intensa luz blanca, y una taberna oscuramente lúgubre. Al principio resulta extraño que todos están llenos de turistas. La razón es que a pesar de ser una ciudad con un indudable atractivo por su historia y por varios lugares a su alrededor, en sí misma tiene muy poco que ofrecer al turista promedio además de unas pocas cuadras con bares y restaurantes ordinarios y un malecón poblado de vendedores ambulantes en busca de dinero fácil.
La orilla del río ha variado su localización con el paso del tiempo. Primero se acercó a la ciudad, atropellando a las edificaciones del frente urbano. Después retrocedió, se alejó de la ciudad y surgió un pedazo de tierra que emergía y se sumergía con las variaciones del nivel del río. A medida que pasó el tiempo ese terreno fue creciendo y se fue poblando de casas flotantes que aterrizaban en tierra cuando el río se secaba. Con el tiempo y la incontrolada expansión se organizaron en barrios con plazas y calles de formas medievales. Hoy en día sigue siendo un barrio informal (sin servicios públicos) pero institucionalizado (con edificios públicos como escuelas); en medio de las casas flotantes de madera hay edificios de concreto empinados con columnas sobre el suelo inundable. Este sector es un destino turístico indudablemente con carácter particular, pero la miseria y la suciedad no permiten que su visita sea una experiencia agradable.
A pesar de la retahíla de inconformismo con la ciudad como destino turístico, nuestra estadía fue placentera. Una familia nos hospedó en su casa de patio alargada lejos del enclave turístico. Nos instalamos en el cuarto del hijo que trabajaba como guía en una reserva. En los otros cuartos vivían la madre, sonriente y amorosa, la hija, pila y amistosa, y el abuelo, senil y silencioso. Con ellos compartíamos comidas familiares donde conversábamos como antiguos conocidos. Además, nos dedicamos a recorrer en bicicleta la ciudad y sus alrededores sin guías y sin prisa.
Mi interés por ver las películas que Herzog había desarrollado en la región permitió que conociera un lado cotidiano e intelectual de la ciudad. A partir de la búsqueda fui recopilando datos que me llevaron a la ecléctica y sugestiva oficina de un sacerdote español que llevaba más de cuarenta años al frente de la vida cultural de Iquitos. No sólo me abrió las puertas cerradas para forasteros para tener acceso a la más rica videoteca de la ciudad, sino que resultó ser amigo personal del excéntrico director y me contó historias de primera mano de sus rodajes y de su pasional relación con el delirante Klaus Kinski. No pude evitar estremecerme al ver como hacía de Fitzcarraldo y se enfrentaba a los feroces indígenas con la voz de Caruso como única arma.
Ahora me sorprende recordar que la despedida de la ciudad fue una sesión espiritual con un voluntario de Falun Dafa donde naturalmente se materializó la importancia de la conciencia, la determinación, la persistencia, la concentración y el compromiso como exigencias para recorrer el camino de la realización personal.
* * *
En el barco que nos llevó a Iquitos me llamo la atención la abierta presencia de homosexuales y maricones. Sin embargo no pensé que habría tantos en la ciudad. Estaba realmente impresionado con la cantidad y naturalidad de la población gay: los meseros en los bares, los cocineros de los barcos, el personal de los cibercafés...
* * *
En los alrededores de Iquitos tuvimos nuestro primer encuentro con el territorio amazónico: las comunidades indígenas, los animales silvestres, las playas de arena amarilla, los senderos dentro del bosque, y el transporte fluvial como única alternativa.
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pueden ver fotos acá (lentamente desactualizadas)
o unas muy pocas en el blog de paul
* del diario
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