miercoles 10 de septiembre, 2008 *
d 258 / k 3219
_leticia, amazonas, colombia
Durante el día los pericos salen a buscarse la vida al monte. Cada cual con su parche va a su lugar, visita sus árboles. Cuando está cayendo la tarde todos saben que hay que reunirse para poder sobrevivir, en la seguridad que ofrece la ciudad dentro de la selva, hay menos opciones de ser comido (aunque uno no lo crea, la mayoría de animales en la selva despierta y sale a cazar de noche). Así que en el momento en que el sol está anaranjando las primeras nubes, vuelan hacia el Parque Santander millones de pericos desde el bosque, es decir, de todas partes.
A pesar de verlos llegar llenando el cielo, y de oir millones de cantos, a primera vista no se ven. Son todos verdes y sobre los árboles, con la luz de la tarde se convierten en hojas. Poco a poco uno se va dando cuenta que la mayoría de hojas tienen alas, plumas, y cantan. Se van acomodando como mejor puedan, pues cada ves hay más sobrecupo. Se oye al Gran Combo diciendo que no hay cama pa´ tanta gente, pero ellos se van adaptando y contando todo lo que pasó en el día con una prisa loca, pues la luz es cada vez más escasa y cuando se termine, habrá que callar. Así que todos hablan al mismo tiempo y hacen tanto ruido que ni siquiera se oyen las motos que pasan. Llegan unos a una rama y desbancan a los que ya estaban instalados. Es un enorme rompecabezas que puede ser armado de irrepetibles maneras, pero que siempre debe quedar en la posición justa.
En la esquina del parque hay un caucho enorme que evidencia su quietud y su pacífica existencia a lo largo del tiempo: además de los pericos está cubierto de epífitas por todas partes: blomelias, helechos, orquideas, musgos, líquenes, y seguro muchas otras aún que no sé nombrar. Pienso que quizá es uno de los pocos que sobrevivieron de los muchos que sembró schultes hace 6 o 7 décadas. Está lleno de pericos y cada vez llegan más. Al lado del caucho hay una tímida palma de asaí, en la que solamente hay una pareja de pericos en una de sus hojas largas y frágiles. Están indudablemente juntos.
De pronto llega otro perico y se mete en la hoja, y sin tiempo siquiera de dudarlo, de pensarlo, uno de los dos lo saca a picotazos. Y esta escena se repite otras dos veces más. La pareja está dispuesta a pasar una noche romántica: juntos, solos. Cuando ya el cielo se oscurece y se comienza a dificultar el entendimiento de lo que se ve, alcanzo a confirmar que siguen ahí los dos, solos, juntos.
Cuando el sol sale y lo vuelve a anaranjar todo, en ese rato que la luz es tibia y aún no calienta tanto, los pericos despiertan en algarabía celestial, y poco a poco van saliendo a sus parchaderos habituales.
A pesar de que algunos vecinos los detesten, es el atractivo turístico más cretivo y genial que he conocido. Estar en una ciudad y desprecoupadamente caminar hasta el parque al atardecer y tomarse una cerveza despreocupada oyendo una algarabía estridente y verdulera es algo tonificante.
Supuestamente esa tarde era un valioso momento para compartir la compañía entrañable de una madre y un hijo, de compartir las palabras más profundas y oscuras del corazón y la mente (de las entrañas). Pero con esa bulla cualquier conversación que intente ser seria queda convertida inmediatamente en algo insulso e irracional. Mientras hay un espectáculo natural de estas dimensiones, los problemas del hombre, por grandes que crea que son, pierden todo su peso y su sentido, y la vida se explica sola, simple, y hermosa.
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pueden ver fotos (lentamente desactualizadas) en
http://www.flickr.com/photos/cavernicolas
o unas muy pocas en el blog de paul http://hastadonde.top-depart.com/
* del diario
d 258 / k 3219
_leticia, amazonas, colombia
Durante el día los pericos salen a buscarse la vida al monte. Cada cual con su parche va a su lugar, visita sus árboles. Cuando está cayendo la tarde todos saben que hay que reunirse para poder sobrevivir, en la seguridad que ofrece la ciudad dentro de la selva, hay menos opciones de ser comido (aunque uno no lo crea, la mayoría de animales en la selva despierta y sale a cazar de noche). Así que en el momento en que el sol está anaranjando las primeras nubes, vuelan hacia el Parque Santander millones de pericos desde el bosque, es decir, de todas partes.
A pesar de verlos llegar llenando el cielo, y de oir millones de cantos, a primera vista no se ven. Son todos verdes y sobre los árboles, con la luz de la tarde se convierten en hojas. Poco a poco uno se va dando cuenta que la mayoría de hojas tienen alas, plumas, y cantan. Se van acomodando como mejor puedan, pues cada ves hay más sobrecupo. Se oye al Gran Combo diciendo que no hay cama pa´ tanta gente, pero ellos se van adaptando y contando todo lo que pasó en el día con una prisa loca, pues la luz es cada vez más escasa y cuando se termine, habrá que callar. Así que todos hablan al mismo tiempo y hacen tanto ruido que ni siquiera se oyen las motos que pasan. Llegan unos a una rama y desbancan a los que ya estaban instalados. Es un enorme rompecabezas que puede ser armado de irrepetibles maneras, pero que siempre debe quedar en la posición justa.
En la esquina del parque hay un caucho enorme que evidencia su quietud y su pacífica existencia a lo largo del tiempo: además de los pericos está cubierto de epífitas por todas partes: blomelias, helechos, orquideas, musgos, líquenes, y seguro muchas otras aún que no sé nombrar. Pienso que quizá es uno de los pocos que sobrevivieron de los muchos que sembró schultes hace 6 o 7 décadas. Está lleno de pericos y cada vez llegan más. Al lado del caucho hay una tímida palma de asaí, en la que solamente hay una pareja de pericos en una de sus hojas largas y frágiles. Están indudablemente juntos.
De pronto llega otro perico y se mete en la hoja, y sin tiempo siquiera de dudarlo, de pensarlo, uno de los dos lo saca a picotazos. Y esta escena se repite otras dos veces más. La pareja está dispuesta a pasar una noche romántica: juntos, solos. Cuando ya el cielo se oscurece y se comienza a dificultar el entendimiento de lo que se ve, alcanzo a confirmar que siguen ahí los dos, solos, juntos.
Cuando el sol sale y lo vuelve a anaranjar todo, en ese rato que la luz es tibia y aún no calienta tanto, los pericos despiertan en algarabía celestial, y poco a poco van saliendo a sus parchaderos habituales.
A pesar de que algunos vecinos los detesten, es el atractivo turístico más cretivo y genial que he conocido. Estar en una ciudad y desprecoupadamente caminar hasta el parque al atardecer y tomarse una cerveza despreocupada oyendo una algarabía estridente y verdulera es algo tonificante.
Supuestamente esa tarde era un valioso momento para compartir la compañía entrañable de una madre y un hijo, de compartir las palabras más profundas y oscuras del corazón y la mente (de las entrañas). Pero con esa bulla cualquier conversación que intente ser seria queda convertida inmediatamente en algo insulso e irracional. Mientras hay un espectáculo natural de estas dimensiones, los problemas del hombre, por grandes que crea que son, pierden todo su peso y su sentido, y la vida se explica sola, simple, y hermosa.
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pueden ver fotos (lentamente desactualizadas) en
http://www.flickr.com/photos/cavernicolas
o unas muy pocas en el blog de paul http://hastadonde.top-depart.com/
* del diario
2 comentarios:
Es el espectáculo más sorptendente: sin publicidad, ni antesalas, es la magnifica oportunidad de estar en el lugar indicado a la hora precisa: Magia, Belleza, Sonidos, y lo más importante, el ejemplo de trabajo en equipo que los pericos logran. Su llegada en perfectas bandadas simetricamente organizados y admirando la precisión de no estrellarsen teniendo encuenta sus didferentes lugares de donde llegan y la cantidad inumerable, capaz de dejar en oscuridad el cielo aunque la luz del día es brillante pero sus diminutos cuerpos transmiten alegria de un día de trabajo y llegar con felicidad a un merecido descanso. Ejemplo de la naturaleza que deberiamos seguir al pie de la letra:
- Organización
- Camaradería
- Trabajo
- Descanso
- Alegria
- Liderago
- Expresividad
- Prevención
- Prudencia
- Protección a su familia
¡Así es!
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