¡qué tripulación tan extraña y singular de jóvenes campeones que se hacen a la mar". robert graves, el vellocino de oroviernes 14 de noviembre, 2008 *
d 323
_leticia, amazonas, colombia
Hoy amaneció muy temprano. A las cinco y media ya el enomre cielo sobre el río estaba tan iluminado que de la oscura noche sin luna no se distinguía ni el rastro. Después de un café negro me bañé y entonces, ahí metido en el río, pensé lo maravilloso que es haberme bañado en las aguas del Amazonas durante los últimos setenta días, en el corazón mismo de la selva. Y pensé algo aún más maravilloso: he vivido, dormido, cocinado, comido y compartido flotando sobre sus aguas. Así es, vivo en el Tucumá, un barco sediento por el deseo de recorrer la red fluvial más importante de la tierra, atravesando los bosques del pulmón del planeta.
Cuando se vive en un barco, se vive en un lugar con un cielo muy grande. Tan grande que al mismo tiempo se puede ver lo que ocurre en toda la región: desde la cubierta del barco se ven al mismo tiempo el amanecer sobre tierras brasileras, una tormenta sobra Leticia, el sol abrasador sobre Tabatinga, y el atardecer en el Perú.
El Tucumá está en mantenimiento y por eso no puede navegar; además de tener los motores inservibles, corre el riesgo de golpearse el casco, en especial la popa, y llenarse de agua, hundiéndose hacia el otro mundo, ese que he descubierto que existe bajo la superficie, dentro del río mismo. Pero por ahora, ninguno de sus tripulantes queremos que pase algo así. O, al menos, eso espero.
Sin embargo sí hemos navegado, a vela. En agosto soplan los famosos vientos de Santa Rosa que todo lo pueden. Dos veces nos arrancaron de la tierra y nos fueron llevando a la deriva hasta el Perú, sin dejarnos si quiera mostrar miedo ni resistencia.
A pesar de exigir mucho trabajo para ser una casa y de tener que estar a la par con la solidaridad del vecindario (Una noche se hundió La Vorágine, un viejo barco hermoso que está al cuidado de un vecino. Estuvimos colaborándole a sacar el agua. A las cansadas cuatro de la mañana nos fuimos a dormir, pues todo lo que sacamos volvía a entrar por una grieta entre la madera. ), siempre queda tiempo libre para aprender y practicar nudos, y para escribir historia de patos y gatos.
* * *
Aprovechando la situación entramos a un curso de navegación fluvial. El primer día perdimos el tiempo presentándonos a los ocmpañeros, una interesante mezcla heterogenea que introducía a la sociedad leticiana. Pablo dijo que él quería tomar el curso para estar preparado para salvarse en el diluvio universal del fin del mundo. Aunque el curso me dejó muy contento nunca logré resolver la duda más importante: ¿a los navegadores fluviales también se les llama marineros?
* * *
(domingo 5 de octubre)
Un día amanecimos encallados. Quietos. Tratamos en vano de empujarlo para que flotara de nuevo. No parecía tan difícil. La situación empeoraba por el amotinamiento de los marineros; la noche anterior, a las 2 de la mañana el sabio capitán dijo: hay que mover el barco, está bajando el río.
-No, mañana, contestamos mientras saboreábamos la onceaba caipirinha.
Y mañana fue muy tarde. Lo balanceámos para los lados. Pedimos consejo s los vecinos y a un experto ex marina naval. Dijeron que sí salía. Pues no pudimos. El río estaba bajando más de lo que podíamos imaginar. Ese día comenzó una faceta triste para la vida de un navegante y es la vida en un barco sin agua, es decir, la vida en una casa de hierro tirada en la playa de barro, lejos de la orilla. Así no se puede vivir.
Ese día también empezó una vida nueva para Adolfo, el gato del barco (quisiera que se llamara distinto...) Adolfo había vivido toda su vida (al menos la que podría recordar) en el barco, flotando. Para él el mundo era ese objeto de hierro que flotaba en un mar de agua dulce al que le tenía pavor. El día que quedamos encayados, después de mucho contemplar incrédulo desde la proa, se aventuró a saltar a la tierra. No lo poadía creer. El piso no era duro e impenetrable, sino todo lo contrario: polvo, barro, tierra, pastos, huecos, insectos, sapos y un oceano de vida. Sin ir muy lejos pudo pasar toda la tarde alucinado jugueteando con todo lo que se movía a su alrededor. Siempre había sido un cazador nato y agarraba hasta la rendición todo lo que se moviera: piolas, mosquiteros, papeles, manilas, bolsas, y alguna que otra mariposa. Ahora todo era una verdadera presa. Ese día se convirtió en un jaguar sobre Ese día conoció la tierra. Ese día es hoy. ¿Volverá?
* * *
Después, cuando volvimos a flotar, se le veía al pobre Adolfo contemplando la tierra lejana desde la proa, sediento de contacto. En una semana maravillosa tuvimos la suerte de que el río creció mucho y pudimos flotar pegados a tiera. Adolfo salió de nuevo a la tierra, ya con más cancha y la primera noche fue un gran cazador: a la mañana siguiente nos dejó de regalo dos grandes ratas en el piso del barco.
__________________________
pueden ver fotos acá (lentamente desactualizadas)
o unas muy pocas en el blog de paul
* del diario
No hay comentarios:
Publicar un comentario