Siempre he viajado con equipajes especiales, pero sin duda este es el viaje donde he tenido el más excéntrico, llamativo y singular de todos: las alforjas de la bici.
Una de las principales preguntas cuando decidimos viajar en bicicleta era cómo llevar el equipaje. Averiguamos panniers europeos, remolques, una tercera rueda donde se guindan las maletas, etc. pero ninguno nos satisfajo, por incomodidad o por costo. En ese momento de obsesión con la bicicleta la vida me atravesó una charla de Alvaro Moreno Hoffman (de quien ya hablé en otro texto de esta bitácora, y quien está en los links). El se había ingeniado una manera de hacer alforjas aptas para nuestras carreteras del submundo, a partir del reciclaje. Quedé inmediatamente cautivado y convencido que eran la solución. Lo contacté y muy amablemente acepto que hicieramos un proceso donde nosotros las fabricábamos y el nos asesoraba en el proceso. Fue así como estuvimos un par de semanas recorriendo bodegas de reciclaje por todo Bogotá, tiendas de aluminio en el siete de agosto, de tornillos, remaches y cauchos en paloquemao, y talleres en el polo y en la zona industrial. Finalmente llegamos a una reinterpretación del modelo de Alvaro que nos dejó satisfechos. Las probamos en dos viajes (uno por los llanos y otro en la isla de mompós) y funcionaron a la perfección. Fue tal el entusiasmo que incluso hicimos una pequeña versión que reemplazó la canasta delantera.
Y ya, con más de mil kilometros encima, puedo decir que han sido un éxito. Son perfectas para viajar por nuestras tierras. Son de bajo perfil, pues los bidones con los que están hechos están en todas partes, en todos los pueblos, por más alejados que estén. La gente las ve y siempre se pregunta para qué llevaremos tanta agua, pues nadie se imagina que se puedan abrir (y eso que ni siquiera el color de la tapa y la base son iguales). Los niños son los que tienen más imaginación: en la Esperanza, un pueblo rural llegando a Ibarra, se me acercó un niño y me dijo que quería un helado. Pensando que quería que le diera plata para uno el contesté que yo también quería uno, que cómo hacíamos, y extendió su mano y me dijo que tenía un dólar. ¡Me lo estaba comprando! En Súa, un pueblo costero, una niña me preguntó si yo era el lechero. Los adultos, en cambio, no pasan de pensar que llevamos agua. Hubo uno, el más atrevido, que nos preguntó que cúal era el negocio que llevábamos. Ah, también hubo otro que preguntó que si íbamos en bicicleta, que para qué necesitabamos la gasolina. No gasolina no usamos, ahora no, hay muchas guerras por ella.
Todo tipo de nombres han recibido: tarros, tarritos, canecas, pimpinas, bidones, pomas.
Los bidones que usamos no son un simple reciclaje. Son hechos de plástico reciclado, y ya han sido usados para guardar jabones, químicos, e incluso gasolina. Ahora, son nuestro equipaje, de fabricación nacional, artesanal, con poco más que un taladro, una remachadora y una segueta.
Son impermeables, fáciles de poner, quitar, y de cargar cuando se quitan de la bici, y además, les cabe mucho más de lo que parece (20 litros cada una).
Ahora, puedo decir que han cumplido su misión, y vuelvo a agradecer a Alvaro, no sólo por el diseño, sino por su actitud desinteresada, buscando una alternativa al modelo capitalista salvaje, apostándole a la solidaridad, al reciclaje, a la experimentación, y a la adaptación de tecnologías extranjeras a nuestro suelo. Si alguien está interesado en este diseño, lo invito a comunicarse con Alvaro (ver links).
También es necesario repetir el agradecimiento a Eustacio y a Edgardo, quienes no sólo nos prestaron sus talleres y sus herramientas, sino que compartieron su sabiduria para llegar a un diseño satisfactorio.
Igualmente Santiago Aparicio, de CycleStock, quien nos asesoró en el tema de la visibilidad y la conspicuidad (reflectivos) y nos proporcionó material de primera categoria para poner en las alforjas.
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